- 1934/1938 -

LOS MUNDIALES ANTES DE

LA GRAN GUERRA


El primer mundial uruguayo dejó en claro que el fútbol podía servir de propaganda política al reunir, dentro del multitudinario espacio de los estadios, a las masas deseosas por expresar su patriotismo. Como consencuencia de ello, el solo saber que la próxima edición tocaría en Europa motivó a los líderes Benito Mussolini (ítalo-fascista) y Adolf Hitler (Canciller de la Alemania nazi), ambos de impetuoso corte ultranacionalista, a acordar una candidatura casi conjunta de sus respectivos países como sedes de las dos competencias internacionales siguientes: el Mundial de 1934 y los Juegos Olímpicos de 1936. Mussolini, más astuto, se quedó con el torneo organizativamente menor y más fácil de ganar: el mundial de fútbol, mientras que el futuro Fürer, más ambicioso, candidateó a Berlín para los nombrados juegos.


Bajo la consigna de que el calcio florentino había sido precursor e incluso creador del fútbol, Italia tomó la posta de Uruguay llevando a cabo la preparación del segundo mundial. Inmediatamente después, Giorgio Vaccaro, presidente del Comité organizador, recibió órdenes claras de su líder: “Italia «debe» ganar la Copa”. Acto seguido, la élite fascista llevó a cabo la nacionalización de futbolistas nacidos en Sudamérica, hijos de italianos que habían emigrado del país en épocas de hambruna. La maniobra consistía primero en una transacción entre clubes y luego en un trámite de pasaportes. Así fue como Luis Monti, finalista en el Mundial de 1930 con Argentina, se convirtió en el único caso de un jugador que jugó dos finales con distinta camiseta. La lista se completó con sus compatriotas Raimundo “Mumo” Orsi, Enrique Gaita, Attilio Demaría y el brasileño Anfilogino Guarisi, entre otros. Con el refuerzo de los Oriundi -nombre que recibieron estos jugadores- mas el aporte de brillantes futbolistas locales como el arquero-capitán Gianpiero Combi y los delanteros Schiavio, Ferrari y Meazza, la selección de Vittorio Pozzo quedó lista.

Para Italia´34 se inscribieron 19 equipos más que para Uruguay 1930, por lo que los campeones del mundo renunciaron a defender el título, indignados por el evidente boicot europeo hacia su mundial. Como la suma de inscriptos más el anfitrión dio justo 32, la FIFA puso en disputa 16 plazas –número que quedaría hasta España´82– por medio de una eliminatoria pre–mundial, siendo lo más loco del caso que ¡Italia disputó eliminatorias cuando era la sede del torneo! Luego de éstas, el formato se extendió al resto de la competición, alterando la modalidad de grupos de la primera ronda de Uruguay por una eliminación directa ya desde el arranque. Así fue como las selecciones de EE.UU., Brasil, Argentina y Egipto, únicas no europeas clasificadas, viajaron miles de kilómetros solo para jugar un partido y regresar a casa. A ellas les siguieron en la caída Bélgica, Holanda, Rumania y Francia, esta última, eliminada a manos del poderoso “Wunderteam”.



El Wunderteam austríaco antes de disputar un partido del Mundial de 1934


El Wunderteam (“equipo milagroso” o “equipo sorpresa”) era nada menos que la selección de Austria, la mejor alumna de la Escuela del Danubio, de la que también surgirían los "Mágicos Magiares" -selección húngara de los años 50- entre otros equipos. Allí iban los técnicos británicos a experimentar en los clubes de la región, por lo que Hugo Meisl, entrenador de Austria, llevó a la práctica los tesoros de su amistad con Jimmy Hogan y Hebert Chapman, dos auténticos cerebros tácticos de la isla. Con un estilo de pases cortos a ras del suelo, mucha rotación y pressing en la línea alta, Austria se anticipó cuarenta años a la selección holandesa de los mundiales 74 y 78, conocida como “La Naranja Mecánica”. Claro que nada de esto se podría haber llevado a cabo sin el aporte de eximios ejecutantes como Josef Bican, máximo goleador europeo histórico en campeonatos de primera división, o Matthías Sindelar, para muchos el mejor jugador austríaco de todos los tiempos.


El Wunderteam llegó a semifinales y allí murió en manos de Italia, quién, a su vez, había liquidado a España en los cuartos más violentos y tramposos que jamás se hayan visto en la Copa del Mundo. Tras el empate a 1 con goles de Regueiro y Ferrari -éste último ayudado por Ángelo Sciavio, quién le sujetó las manos al portero español- La Roja acabó con siete lesionados e Italia con cinco, luego de 120 minutos horrorosos en donde el arquero Zamora, el mejor de la copa, acabó con dos costillas rotas. Al día siguiente hubo que desempatar y los de Pozzo ganaron por robo 1 a 0 con un nuevo gol ilícito y dos goles auténticos anulados a los españoles. Con árbitros así, amenazados y cobrando alevosamente mal, fue lógico que la azzurra derrotara a Austria en la semifinal con... un gol en fuera de juego que el referee no se animó a anular.


En la otra llave Checoslovaquia venció por 3-1 a Alemania con hat-trick de Oldrich Nejedlý, goleador de la competición con 5 anotaciones. Nejedlý evitó una final del Eje que hubiera sido del orgullo de Hitler y Mussolini. No obstante, aquel partido supuso la mayor convocatoria de todo el torneo, así como también una enorme presión para el conjunto local, tanto que el ítalo-argentino Monti pasó de ser amenazado por los uruguayos si Argentina ganaba el Mundial de 1930, a tener pena de muerte si llegaba a perder aquel partido contra los checos. Demás está decir que Monti salvó su pellejo porque Italia ganó 2-1 y se llevó la Copa.


En 1936, como dijimos, los Juegos Olímpicos se dieron cita en Berlín, consagrando campeona a Alemania con 33 medallas de oro y a Italia en el podio de fútbol, luego de vencer por 2-1 a la selección de Austria, que había llegado a la final a pesar de la protesta de los peruanos*. En 1938, Rimet, harto ya de la farsa de sus vecinos, se llevó la copa a Francia con lo que empeoró todo aún más. El acuerdo de la FIFA decía que el mundial del 38 se debía jugar en Sudamérica, por lo que Argentina protestó y a ella le siguió Colombia, Estados Unidos, Costa Rica, El Salvador y México, quienes, sumadas a Uruguay, se unieron en boicot. A su vez, otras naciones anunciaron su retiro por motivos diversos. España, por ejemplo, había entrado en la Guerra Civil -y después de lo del 34 la verdad que no quería saber nada de mundiales- y China y Japón, que estaban invitadas, también entraron en guerra entre ellas.


En marzo de 1938 la Segunda Guerra Mundial era prácticamente un hecho en Europa. La Alemania nazi había anexado a Austria en los dominios del III Reich en un operativo llamado Anschluss (Anexión) que significó también el final del Wunderteam. De esta manera todos sus jugadores pasaron de un día para el otro a ser alemanes, excepto Matthías Sindelar. “El Hombre de Papel” se negó abiertamente a integrar la selección teutona demostrando que así como el fútbol servía de propaganda política, también podía ser un medio de resistencia. El acto más noble de aquella cruzada suya lo hizo anotando un gol en medio del partido de despedida del Wunderteam, jugado entre alemanes y austríacos, desobedeciendo las órdenes que tenían los de su equipo de dejarse ganar. Pero ahí no terminó todo: el mejor jugador de Italia´34, se encargó también de festejarlo junto con su compañero y mejor amigo Sesta (autor del 2-0) bailando frente al palco de Hittler. Los nazis nunca se lo perdonaron y como opositor y judío que era, lo persiguieron hasta el hartazgo. Así fue como en 1939, aquel flaquito talentoso que se movía como una hoja de papel en el área contraria, decidió quitarse la vida con su novia Camila aspirando el gas de la cocina.


Francia´38 siguió con el sistema de eliminación directa. Alemania, luego de empatar 1 a 1 en el partido inaugural ante Suiza, perdió 2 a 4 en el desempate y los alpinos pasaron a cuartos. Mientras tanto, Italia venció a Noruega y Cuba, Francia, Hungría y los subcampeones checos hicieron lo propio con sus respectivos rivales. Suecia se clasificó directamente por haberle tocado Austria en su primer partido, anexada ahora a Alemania, en tanto que el octavo pasajero fue nada menos que Brasil, quien le ganó a Polonia por ¡6 a 5! en el mejor partido de la primera fase, donde el maestro Leónidas, goleador oficial del torneo, marcó uno de sus tres tantos descalzo**. Ya en cuartos, Italia venció 3-1 a los dueños de casa y no paró hasta llegar a la final. Un ajustado 2-1 sobre Brasil en semifinales y el 4-2 definitivo ante Hungría le dieron la copa con total justicia. El arquero Guido Masetti, el defensa Eraldo Monseglio y los delanteros Giusseppe Meazza y Giovanni Ferrari, mas el técnico Vittorio Pozzo, ganaron su segundo torneo consecutivo y quedaron así registrados como los primeros bicampeones. A los pocos meses de que los itálicos saludaran a su público dando la vuelta al Estadio Olympique de Colomes, de la ciudad de París, comenzaría "otro" Mundial nefasto: el de las armas.




FUENTES:


A las ya mencionadas fuentes (Ver: Uruguay, la final y la pelota) se agrega el libro siguiente:


- “El Fútbol Contado con Sencillez” – Alfredo Relaño – MAEVA EDISIONES, Madrid, 2001.


ACLARACIONES:


* En las olimpiadas de 1936, el equipo austríaco se enfrentó en semifinales a Perú y a pesar de ir ganando por 2-0, se dejó empatar y luego, en el tiempo suplementario, terminó perdiendo por 2-4. Este partido electrizante fue observado por gran cantidad de hinchas sudamericanos que invadieron el campo y cargaron a los jugadores peruanos en andas, propiciando un clima de desorden que fue aprovechado por las autoridades nazis para decretar que el partido se jugase desde el minuto 0 al día siguiente, cosa que no fue aceptada por la delegación peruana, ya que se retiró de las olimpiadas dejando el camino expedito para que Austria llegara a la final.


** En el partido más goleado de la historia de los mundiales (Brasil 6 – Polonia 5) Leónidas da Silva, jugador de Brasil, marcó un gol descalzo luego de que se le estropeara su zapato derecho. Mientras el auxiliar le cosía el calzado, se quitó el zapato izquierdo y jugó así unos minutos, donde marcó de derecha tras un centro de su compañero Hércules. Como estaba lloviendo nadie notó el error, ya que los 22 jugadores y el árbitro tenían los pies embarrados. El colegiado sueco, Iván Eklind, recién se dio cuenta al rato y lo mandó a calzarse, pero claro… el gol ya estaba convalidado.




El Futbolólogo

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