Beckenbauer vs Passarella
DUELO DE KÁISERES



La palabra Kaiser es la traducción alemana del latín Caesar -César- cuyo significado equivale a Emperador. Remonta a los tiempos del César Octavio Augusto, primer emperador de los romanos. En el lenguaje del fútbol, ser un Káiser significa imponerse en el cuadrilátero verde, llevar la antorcha del equipo en el camino hacia la gloria. Con todo, más allá de los miles de hombres que han honrado a este deporte con su espíritu de lucha, garra y vigor, la palabra Káiser está íntimamente ligada a dos jugadores: el alemán Franz Beckenbauer y el argentino Daniel Passarella.
Por cronología, corresponde hablar primero de quién trajo el apodo hasta aquí. Beckenbauer fue un fenómeno irrepetible, capaz de juntar las mejores características a las que aspira el futbolista completo: técnica, elegancia, liderazgo, visión estratégica, fortaleza física y mental. Un emperador que daba órdenes a los demás -y al que los demás obedecían- con la capacidad de sacar a su equipo de las situaciones más adversas, rearmándolo y marcando el camino en pleno juego.
Nació al poquito tiempo de finalizada la Segunda Guerra Mundial, el 11 de septiembre de 1945, en Giesing, Múnich, por lo que le tocó ser federal una vez repartido el botín europeo entre comunistas y capitalistas. Hijo de un cartero y de una ama de casa, vivió en un barrio obrero de los tantos que se reproducían intentando levantar el país. Su infancia fue pobre y callejera y sus sueños de llegar a ser alguien tan grandes como difíciles de conseguir.
Jugaba de centrodelantero en el TSV Münichen 1860, por aquel tiempo el mejor equipo de la ciudad, hasta que su técnico le dio una bofetada y decidió marcharse al Bayern. Entonces tenía 14 años y siguió camino hasta debutar en primera en la temporada 65/66. Desde ese momento, junto con “Torpedo” Müller, su gran amigo callejero y máximo goleador del fútbol alemán, mas el arquero Sepp Maier, hicieron de un club de segunda división el más grande de su país y uno de los cuatro mejores del continente. Entre los tres ganaron la primera Copa de Alemania en 1966 y para cuando llegó el Mundial de Inglaterra, el seleccionador Helmut Schön lo convocó para la cita. Allí apareció como un “tapado” del equipo nacional en la posición de volante central y una vez comenzado el torneo, el público y los rivales se dieron cuenta que, como diría Eduardo Galeano: “…cuando se echaba adelante, era un fuego que atravesaba la cancha”.


Terminaron segundos en el torneo, detrás de la campeona Inglaterra, luego de una final bastante polémica. Beckenbauer fue elegido, junto con el inglés Bobby Charlton y el portugués Eusebio, como una de las máximas figuras del torneo. Tenía 21 años.
En su país lo nombraron Futbolista Alemán del Año –distinción que le volvieron a dar en 1968- y poco tiempo después circuló una foto de él abrazando el busto de Francisco José, emperador de Habsburgo-Lorena, que la prensa publicó con el título: Der Kaiser.
En el ´67, el Bayern ganó otra vez la Copa de Alemania y en el ´69 lograron repetirla, obteniendo, a su vez, la primera Bundesliga para los bávaros. Con esa carta de presentación Franz y sus dos amigos concurrieron al Mundial de México, donde formarían parte de uno de los equipos más fuertes jamás conocido: Maier; Vogts, Schnellinger, Fichtel y Hottges; Beckenbauer y Overath; Libuda, Seeler, Müller y Lohr. Luego de pasar la primera ronda con gran comodidad, disputaron dos encuentros inolvidables: el primero frente a Inglaterra, por los cuartos de final, remontando un 2-0 que parecía despertar a todos los fantasmas de Wembley. Con un golazo del propio Kaiser -pelotazo cruzado de derecha a izquierda, inatajable- descontaron a los 23 del segundo tiempo y luego Seeler, de cabeza, se encargó de nivelar el marcador. A los 3 minutos del suplementario, Torpedo Müller puso el 3-2 con el que vengaron la final de cuatro años antes.



En el siguiente encuentro, por la semi, debieron enfrentar a los campeones de Europa: Italia. Luego de un gol de Boninsegna a los 8 minutos del primer tiempo, los italianos aguantaron el resultado ante el asedio de los alemanes, que sacudían los palos y el travesaño del arco de Albertosi. Ya pasados los 90 minutos, y con Italia prácticamente en la final, un centro de Grabowski desde la izquierda encontró el pie derecho de Schnellinger, que jugaba en el Milan, y los germanos consiguieron el agónico empate. A partir de entonces comenzó la prórroga más emocionante de la historia de los Mundiales. El partido parecía que no terminaba nunca: marcaba uno y el otro empataba; marcaba el otro y volvía a marcar el primero. Allí Beckenbauer demostró que, a pesar de estar gravemente lesionado, era incapaz de dejar a sus hombres. Jugó vendado toda la prórroga, luego de ser derribado en el borde del área italiana apenas comenzado el segundo tiempo reglamentario. Se había dislocado un hombro. Por primera vez el mundo veía a un jugador de fútbol preferir permanecer en el campo en esas condiciones antes que abandonar el barco.




Alemania quedó tercera del torneo tras vencer a Uruguay con un 1-0 bastante pobre. Aquel partido, en el que Beckenbauer no pudo estar por la nombrada lesión, significó el último de Uwe Seeler como capitán del conjunto nacional. Sin saberlo, comenzaba para el Kaiser una etapa más que gloriosa en la que los alemanes jamás bajarían de ese puesto.

continuará...

El Futbolólogo