- 1950/54 –
LA PUNTA DE LANZA NO GANA MUNDIALES



Para lo que viene no estaría nada mal ir preparando lápiz y papel ya que se trata de táctica pura y dura. El tema de hoy será la evolución de una jugada que, si bien dejó huella en la historia del fútbol, nunca triunfó en la Copa del Mundo. Si ya tiene los elementos a mano, puede comenzar dibujando una cancha y dentro del área de abajo ubicar al arquero con un simple número 1. Unos pasitos por afuera del área ponga al 2 y al 3, como zagueros, y en la raya del medio el 4, el 5 y el 6, con el 5 bien en el centro y el 4 y el 6 en los laterales. Para la delantera, que la ubicaremos usando solo el espacio de la mitad que nos quedó vacía, haga una especie de W, siendo los vértices, de derecha a izquierda, el 7, el 8, el 9, el 10 y el 11, así, en zig-zag, con el 8 y el 10 más retrasados y el 7, el 9 y el 11 bien arriba y en línea. Esta formación es el típico 2-3-5 (dos defensas – tres mediocampistas – cinco delanteros) y fue la más utilizada por los equipos de fútbol sudamericanos en la primera mitad del siglo XX. Ahora la pregunta: ¿cómo hacían dos defensores solos para parar a cinco atacantes? La respuesta está a continuación.

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EL FÚTBOL ES UN INVENTO INGLÉS

. El fútbol, a mi entender, es un invento inglés. Sé que existen muchas monografías que hablan de juegos similares, incluso más antiguos, en otras regiones. Pero para mí es un invento inglés porque allí se inventaron sus reglas, como por ejemplo la ley del off-side. El offside, o ley del fuera de juego, nació de la proposición puramente británica: “No es de caballeros marcar goles a espaldas del adversario”. Su uso data del año 1863, cuando en la famosa reunión de los representantes de distintos clubes y colegios, celebrada en el pub Freemason´s Tavern de Londres, los partidarios de usar las manos se retiraron provocando el cisma con los hermanos del rugby. Luego, se redactaron las reglas de este deporte y entre ellas la que decía: “Tres jugadores habilitan al delantero, pero dos anulan la jugada”. Ahora que usted tiene su dibujo en la mano, entenderá que solo bastaba con que uno de los dos zagueros se fuera hasta el centro del campo (dejando solo al otro con el arquero) para que cualquiera de los cinco delanteros quedase en posición adelantada. Esta ley, también llamada de los “Tres hombres”, duró hasta 1924, año en que se decidió que solo bastaban dos jugadores entre el delantero y la línea de fondo para habilitar al/los atacante/s. Así hizo su aparición la ley del offside que dura hasta nuestros días, la cual solo en su primer año de uso produjo en Inglaterra 1673 goles más que en la temporada anterior (casi 1 gol más de promedio). Ahora bien, como los goles ya estaban asegurados por sí solos, para ganar partidos hubo que tomar recaudos defensivos, como se verá a continuación.



LA W-M

Hebert Chapman, entrenador del Arsenal inglés entre 1925 y 1934, introdujo lo que llamaremos “el segundo dibujo táctico”, que no es más que una delantera exactamente igual a la anterior, pero con una defensa invertida, es decir, con tres hombres de zaga en línea (2, 3 y 4) y un mediocampo de dos (5 y 6). El resultado será, uniendo los 5 puntos del ataque y los 5 de la defensa por separado, una W–M, así de sencillo. Lo interesante de este sistema era que cuando el equipo atacaba, los laterales (2 y 4) subían hasta la mitad de la cancha, dejando solo al centre-back (nº 3), al que llamaban “police” (policía), encargado de controlar la línea del offside. Este hombre podía anular la jugada con un simple movimiento hacia adelante, dado que el repliegue de los laterales aletargaba la entrada de los extremos rivales. Con este sistema, el Arsenal de Chapman consiguió nueve títulos ingleses entre 1930 y 1934 –los últimos años antes de su muerte– y tres títulos más hacia 1938. Aquel equipo fue la base de la selección inglesa que, si bien no jugó mundiales hasta 1950, se dio el lujo de vencer a la campeona del mundo Italia por 3-2 en un partido amistoso (1934). La W-M se esparció por todo el continente como un reguero de pólvora siendo aceptada unánimemente. Pero ¿cómo se hizo para desactivarla? Nos vamos acercando a nuestro tema.



AMISTADES PELIGROSAS

Decir quién fue el inventor de La Punta de Lanza sería algo inapropiado. Sin embargo, el que haya leído la columna “1934-1938: Los Mundiales antes de La Gran Guerra”, puede tomar como referencia la amistad que tenían Hugo Meisl (entrenador de la selección de Austria) y Hebert Chapman, justo cuando la W-M y el Wunderteam dominaban la escena del fútbol europeo a comienzos de la década del 30. No en vano las voces calificadas de aquel entonces describían a Matthías Sindelar como un “ingeniero” de complicada estructura de juego dentro del área penal. La mayor cualidad del centrodelantero (9) austriaco era la de retrasar su ubicación atrayendo hacia él las posiciones 3 y 5 o 3 y 6 del adversario (vea su dibujo de la W-M si lo tiene a mano), liberando a los interiores de su equipo (el 8 o el 10), quienes, a su vez, al recibir el balón sin marca (ya que el 5 o el 6 generalmente se iban detrás de Sindelar) podían habilitar a los extremos o bien rematar al arco. De esta manera, Austria agregó el elemento sorpresa al romper la ley del offside creada por los ingleses, consiguiendo, con Meisl en el banquillo, una racha de 28 victorias, 1 empate y 2 derrotas en 31 partidos –jugados entre 1931 y 1934– en los que se anotaron 102 goles (3,2 por encuentro). Pero, como ya se dijo en la citada columna, el Wunderteam no ganó mundiales debido a las fuerzas políticas que se lo impidieron. No obstante, la impronta recorrió el mundo, llegando, incluso, hasta Sudamérica.



LA MÁQUINA DE RIVER

La década del 30 no fue óptima en el cruce de ideas a través del Atlántico. Signada por los distintos boicot mundialistas, hubo que esperar diez años para que arribasen nuevas ideas al “Sur del Mundo”. Casualidad o no, fue a comienzos del 40 que el ítalo-argentino Renato Cesarini, uno de los Oriundi que no llegó a jugar en el mundial del 34 –Ver columna anterior–, se hizo cargo, junto con Carlos Peucelle, de la conducción técnica del primer equipo de River Plate de Argentina. En aquellos años, River tuvo una delantera muy famosa, conocida como “La Máquina”, integrada por los atacantes Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustou (en las ubicaciones 7, 8, 9 10 y 11 de nuestro dibujo táctico, respectivamente). Lo interesante de aquella vanguardia era la diagonal que hacía Ángel Labruna (vea su pizarra y hágala con una flecha) de izquierda hacia el centro mientras Pedernera salía del área “chupándose” al marcador (al estilo Sindelar), colocándose en medio de la contradiagonal resultante (8–9–10) llamada “Punta de Lanza”. De esta manera, el pase para Labruna podía provenir tanto de un centro atrás de Muñoz como de la cortada de Pedernera. Con este sistema, River se consagró campeón en los años 1941, 1942 y 1945 y subcampeón en 1943 y 1944, a la vez que el propio Labruna pasó de marcar 10 goles en 1941 a sumar 25 en 1945 y 1946. Enseguida corrieron rumores de que La Máquina “jugaba de memoria” y hasta el técnico Peucelle llegó a decir con cierto temor: “El día que los rivales lean los diarios se van a dar cuenta de que todos los goles los hace Labruna”. Ese día llegó pero, por suerte, River ya tenía un As bajo la manga. En 1947 Pedernera fue transferido a Atlanta y el chico Alfredo Di Stéfano ocupó su rol. Era tan bueno que hacía el trabajo de Pedernera y Labruna juntos, acabando el campeonato como goleador con 27 tantos y dándole 10 a Labruna, como si le sobraran. Toda la delantera de River terminó en la selección y sus jugadores, junto con otros grandes como Norberto Méndez y Vicente de la Mata, obtuvieron el tricampeonato de América en 1945/46/47. Sin embargo, la albiceleste no jugó el mundial de 1950 debido a la huelga de futbolistas del año 49, que derivó en una emigración indiscriminada dada la inoperancia de los dirigentes de los clubes. Así y todo, la Punta de Lanza estuvo representada magistralmente en la Copa del Mundo por la "otra máquina" sudamericana: Brasil.



1950 - LA TRAGEDIA DEL MARACANAZO

Se ha dicho en un principio que el 2-3-5 era la formación más habitual de los sudamericanos en la primera mitad del siglo XX. También que, hasta aquí, solo dos selecciones jugaban con Punta de Lanza: Argentina y Brasil. La primera estaba ausente, como se mencionó, y la segunda llegó a la final de la Copa del Mundo. Friaça, Zizinho, Ademir, Jair y Chico era la potente delantera de aquel equipo. Zizinho era el maestro, autor de 17 goles en Copa América, que le alcanzan hasta el día de hoy para seguir siendo líder de la tabla de goleadores, junto con Norberto Méndez. Jair era el elemento de distracción, entrando como un 10-9 (al estilo Labruna), haciendo la cortada y dejándole la finalización de la jugada a Ademir, que no te perdonaba. 4-0 a México; 2-2 ante Suiza; 2-0 a Yugoslavia; 7-1 a Suecia; 6-1 a España; 21 goles a favor y solo 4 en contra; Ademir goleador con 9 dianas en 5 partidos... Así llegaba Brasil a la final de “su mundial” contra la campeona Uruguay. La Celeste, que había vencido a Bolivia por 8-0 en su único partido de clasificación*, consiguió la paridad ante España (2-2) y una victoria a último momento ante Suecia (3-2) con gol de Míguez. La extraña modalidad de la competición favorecía incluso a Brasil, que con el empate ya era campeón del mundo**. Pocos minutos tardó Uruguay en neutralizar el circuito brasileño. Habían leído los diarios y conseguido que Ademir no tocara el balón. Uruguay no usaba W-M. González, Tejera y Varela formaban el "Triángulo de las Bermudas" donde se perdían todos los pases de Brasil al área. Luego del 0-0 del primer tiempo, el gol de Friaça (que no estaba en los papeles) provocó el rugido del Estadio Maracaná. Pero poco a poco los charrúas se hicieron fuertes desde atrás y ganaron la final con goles de Schiaffino y Giggia. Aquella tarde del 16 de julio de 1950, Brasil fue un llanto sin consuelo y Uruguay acabó con 100% de efectividad en los mundiales: dos jugados – dos ganados, tirando a la basura casi treinta años de táctica futbolística con el solo mérito de haber respetando su estilo de siempre. Pero si aquello pareció una tragedia a los ojos del mundo, lo que vendría cuatro años más tarde, en Suiza, sería una verdadera catástrofe.



1954 - EL FIN DE LA MÁQUINA HÚNGARA

En 1953 Inglaterra, que había tenido un pésimo papel en el mundial de Brasil, invitó a la selección húngara a jugar un amistoso en Wembley. Hungría era, por aquel entonces, el mejor equipo europeo y su técnico, Gusztáv Sebes, había introducido a las ya nombradas tácticas de la W-M la impronta de un "movimiento bisagra" en el que los interiores entraban por detrás de la línea de ataque, siendo asistidos por el centrodelantero y no a la inversa. De esta manera, formaban una W-W con el repliegue de Budai, Hidegkuti y Czibor (7, 9 y 11, respectivamente) y el adelantamiento de Kocsis y Puskas (8 y 10). La táctica dio sus frutos en los Juegos Olímpicos de Helsinki´52, donde los húngaros lograron la medalla de Oro con 20 goles a favor y solo 2 en contra. Stanley Rous, presidente de la Asociación de Fútbol Inglesa y futuro mandatrario de la FIFA, fue el promotor del partido. Los británicos se jactaban de no haber perdido jamás en Wembley y los del este no conocían la derrota desde mayo de 1950, cuando arrancaron la racha de 25 partidos invictos, casi todos ellos jugados fuera de casa, con un 5-2 a Polonia. Los “Mágicos Magiares”, como les decían, salieron al Empire Stadium en formación W-M con Grosics en el arco; Buzanski, Lorant y Lantos en defensa; Bozsik y Zacarias en el medio; Budai, Kocsis, Hidegkuti, Puskas y Czibor en la delantera. Ganaron 6-3 con dos goles de Puskas, uno de de Bozsik y tres de Hidegkuti, que bautizó el apelativo de hat-trick para referirse al jugador que marca tres goles en un solo partido. Al año siguiente, los de Sebes le devolvieron la invitación a sus colegas ganándoles por 7-1 en Budapest (mayo de 1954) y tres semanas después, la máquina más despiadada de todos los tiempos conseguía una victoria por 9-0 ante Corea en su primer partido de la Copa del Mundo. En su segundo match les ganaron por 8-3 a Alemania y se clasificaron para la segunda ronda sin la necesidad de un enfrentamiento con Turquía. El técnico germano, Sepp Herberger, había salido con los suplentes, reservando a los titulares para el partido desempate contra los propios turcos, quienes les habían ganado, ese mismo día, por 7-0 a los débiles coreanos. Como antes la diferencia de gol no incidía en la clasificación, con Corea afuera del campeonato (dos derrotas) y Hungría clasificada (dos victorias), Alemania y Turquía definieron el segundo puesto del grupo B con un partido a desempatar, jugado el 23 de junio, donde los primeros ganaron por 7-2. Asimismo, Hungría siguió su camino sin el nº 10, Ferenc Puskas, lesionado en el tobillo por una entrada del defensa alemán Werner Liebrich.

Pero la ausencia del capitán magiar no pareció cambiar mucho al equipo, que le ganó a Brasil en cuartos y a Uruguay en la semi por idéntico resultado: 4-2. El segundo de esos dos cotejos fue sin dudas un espectáculo. Los charrúas dieron cátedra de fútbol forzando la prórroga (empate 2-2), donde el sensacional Sandor Kocsis desniveló para su equipo con dos goles de cabeza –no por nada le decían “Cabecita de oro”– alcanzando el primer lugar de la tabla de goleadores del mundial. Alemania, a su vez, venció a Yugoslavia por 2-0 y a Austria por 6-1 en la otra llave, presentándose a jugar la final con todos los titulares. La Máquina del este también puso toda la carne al asador, anunciando el regreso de Puskas, que no estaba recuperado del todo, según dijo años más tarde. Hungría iba ganando 2-0 a los 9 minutos cuando los alemanes empataron antes del minuto 20. Luego de una hora sin goles, Helmut Rhan, extremo derecho de Alemania, acabó con el sueño de la máquina húngara con un zurdazo cruzado al palo derecho del arquero ¡faltando 5 minutos para que acabara el partido!. De esta manera, la mejor alumna de la Escuela del Danubio se despidió de la Copa del Mundo con una racha de 32 partidos invicta, en los que marcó 103 goles (3,21 de promedio), con Sandor Kocsis como goleador del torneo con 11 tantos y con la vanguardia más apabullante de la historia de los mundiales (5,4 goles por partido en Suiza´54). Hungría solo perdió un partido, la final, demostrando que para ganar mundiales no siempre hace falta tener la mejor táctica.



Dedicado a la memoria de Julio César Pasquato, JUVENAL, periodista de la revista El Gráfico, de quién he extraído la mayoría de estos conceptos.


ACLARACIONES:

. * En Brasil 1950 las ausencias a última hora no se hicieron esperar. Portugal decidió bajarse de la competición cuando la FIFA ya había arreglado el sorteo, lo mismo que los franceses y la India. De esta manera, en la fase previa solo hubo dos grupos con cuatro integrantes: el A (Brasil, Yugoslavia, Suiza y México) y el B (España, USA, Inglaterra y Chile), mientras que el C quedó reducido a tres (Suecia, Italia y Paraguay) y el D a dos (Uruguay y Bolivia).

. ** Como de costumbre, otra vez se cambiaron las leyes de la competencia, jugándose una fase previa en grupos, como en Uruguay 1930, pero cambiando la modalidad siguiente. Para la segunda fase se decidió hacer un tercer grupo con todos los clasificados, siendo el que consiguiera más puntos el campeón.




El Futbolólogo

- 1934/1938 -

LOS MUNDIALES ANTES DE

LA GRAN GUERRA


El primer mundial uruguayo dejó en claro que el fútbol podía servir de propaganda política al reunir, dentro del multitudinario espacio de los estadios, a las masas deseosas por expresar su patriotismo. Como consencuencia de ello, el solo saber que la próxima edición tocaría en Europa motivó a los líderes Benito Mussolini (ítalo-fascista) y Adolf Hitler (Canciller de la Alemania nazi), ambos de impetuoso corte ultranacionalista, a acordar una candidatura casi conjunta de sus respectivos países como sedes de las dos competencias internacionales siguientes: el Mundial de 1934 y los Juegos Olímpicos de 1936. Mussolini, más astuto, se quedó con el torneo organizativamente menor y más fácil de ganar: el mundial de fútbol, mientras que el futuro Fürer, más ambicioso, candidateó a Berlín para los nombrados juegos.


Bajo la consigna de que el calcio florentino había sido precursor e incluso creador del fútbol, Italia tomó la posta de Uruguay llevando a cabo la preparación del segundo mundial. Inmediatamente después, Giorgio Vaccaro, presidente del Comité organizador, recibió órdenes claras de su líder: “Italia «debe» ganar la Copa”. Acto seguido, la élite fascista llevó a cabo la nacionalización de futbolistas nacidos en Sudamérica, hijos de italianos que habían emigrado del país en épocas de hambruna. La maniobra consistía primero en una transacción entre clubes y luego en un trámite de pasaportes. Así fue como Luis Monti, finalista en el Mundial de 1930 con Argentina, se convirtió en el único caso de un jugador que jugó dos finales con distinta camiseta. La lista se completó con sus compatriotas Raimundo “Mumo” Orsi, Enrique Gaita, Attilio Demaría y el brasileño Anfilogino Guarisi, entre otros. Con el refuerzo de los Oriundi -nombre que recibieron estos jugadores- mas el aporte de brillantes futbolistas locales como el arquero-capitán Gianpiero Combi y los delanteros Schiavio, Ferrari y Meazza, la selección de Vittorio Pozzo quedó lista.

Para Italia´34 se inscribieron 19 equipos más que para Uruguay 1930, por lo que los campeones del mundo renunciaron a defender el título, indignados por el evidente boicot europeo hacia su mundial. Como la suma de inscriptos más el anfitrión dio justo 32, la FIFA puso en disputa 16 plazas –número que quedaría hasta España´82– por medio de una eliminatoria pre–mundial, siendo lo más loco del caso que ¡Italia disputó eliminatorias cuando era la sede del torneo! Luego de éstas, el formato se extendió al resto de la competición, alterando la modalidad de grupos de la primera ronda de Uruguay por una eliminación directa ya desde el arranque. Así fue como las selecciones de EE.UU., Brasil, Argentina y Egipto, únicas no europeas clasificadas, viajaron miles de kilómetros solo para jugar un partido y regresar a casa. A ellas les siguieron en la caída Bélgica, Holanda, Rumania y Francia, esta última, eliminada a manos del poderoso “Wunderteam”.



El Wunderteam austríaco antes de disputar un partido del Mundial de 1934


El Wunderteam (“equipo milagroso” o “equipo sorpresa”) era nada menos que la selección de Austria, la mejor alumna de la Escuela del Danubio, de la que también surgirían los "Mágicos Magiares" -selección húngara de los años 50- entre otros equipos. Allí iban los técnicos británicos a experimentar en los clubes de la región, por lo que Hugo Meisl, entrenador de Austria, llevó a la práctica los tesoros de su amistad con Jimmy Hogan y Hebert Chapman, dos auténticos cerebros tácticos de la isla. Con un estilo de pases cortos a ras del suelo, mucha rotación y pressing en la línea alta, Austria se anticipó cuarenta años a la selección holandesa de los mundiales 74 y 78, conocida como “La Naranja Mecánica”. Claro que nada de esto se podría haber llevado a cabo sin el aporte de eximios ejecutantes como Josef Bican, máximo goleador europeo histórico en campeonatos de primera división, o Matthías Sindelar, para muchos el mejor jugador austríaco de todos los tiempos.


El Wunderteam llegó a semifinales y allí murió en manos de Italia, quién, a su vez, había liquidado a España en los cuartos más violentos y tramposos que jamás se hayan visto en la Copa del Mundo. Tras el empate a 1 con goles de Regueiro y Ferrari -éste último ayudado por Ángelo Sciavio, quién le sujetó las manos al portero español- La Roja acabó con siete lesionados e Italia con cinco, luego de 120 minutos horrorosos en donde el arquero Zamora, el mejor de la copa, acabó con dos costillas rotas. Al día siguiente hubo que desempatar y los de Pozzo ganaron por robo 1 a 0 con un nuevo gol ilícito y dos goles auténticos anulados a los españoles. Con árbitros así, amenazados y cobrando alevosamente mal, fue lógico que la azzurra derrotara a Austria en la semifinal con... un gol en fuera de juego que el referee no se animó a anular.


En la otra llave Checoslovaquia venció por 3-1 a Alemania con hat-trick de Oldrich Nejedlý, goleador de la competición con 5 anotaciones. Nejedlý evitó una final del Eje que hubiera sido del orgullo de Hitler y Mussolini. No obstante, aquel partido supuso la mayor convocatoria de todo el torneo, así como también una enorme presión para el conjunto local, tanto que el ítalo-argentino Monti pasó de ser amenazado por los uruguayos si Argentina ganaba el Mundial de 1930, a tener pena de muerte si llegaba a perder aquel partido contra los checos. Demás está decir que Monti salvó su pellejo porque Italia ganó 2-1 y se llevó la Copa.


En 1936, como dijimos, los Juegos Olímpicos se dieron cita en Berlín, consagrando campeona a Alemania con 33 medallas de oro y a Italia en el podio de fútbol, luego de vencer por 2-1 a la selección de Austria, que había llegado a la final a pesar de la protesta de los peruanos*. En 1938, Rimet, harto ya de la farsa de sus vecinos, se llevó la copa a Francia con lo que empeoró todo aún más. El acuerdo de la FIFA decía que el mundial del 38 se debía jugar en Sudamérica, por lo que Argentina protestó y a ella le siguió Colombia, Estados Unidos, Costa Rica, El Salvador y México, quienes, sumadas a Uruguay, se unieron en boicot. A su vez, otras naciones anunciaron su retiro por motivos diversos. España, por ejemplo, había entrado en la Guerra Civil -y después de lo del 34 la verdad que no quería saber nada de mundiales- y China y Japón, que estaban invitadas, también entraron en guerra entre ellas.


En marzo de 1938 la Segunda Guerra Mundial era prácticamente un hecho en Europa. La Alemania nazi había anexado a Austria en los dominios del III Reich en un operativo llamado Anschluss (Anexión) que significó también el final del Wunderteam. De esta manera todos sus jugadores pasaron de un día para el otro a ser alemanes, excepto Matthías Sindelar. “El Hombre de Papel” se negó abiertamente a integrar la selección teutona demostrando que así como el fútbol servía de propaganda política, también podía ser un medio de resistencia. El acto más noble de aquella cruzada suya lo hizo anotando un gol en medio del partido de despedida del Wunderteam, jugado entre alemanes y austríacos, desobedeciendo las órdenes que tenían los de su equipo de dejarse ganar. Pero ahí no terminó todo: el mejor jugador de Italia´34, se encargó también de festejarlo junto con su compañero y mejor amigo Sesta (autor del 2-0) bailando frente al palco de Hittler. Los nazis nunca se lo perdonaron y como opositor y judío que era, lo persiguieron hasta el hartazgo. Así fue como en 1939, aquel flaquito talentoso que se movía como una hoja de papel en el área contraria, decidió quitarse la vida con su novia Camila aspirando el gas de la cocina.


Francia´38 siguió con el sistema de eliminación directa. Alemania, luego de empatar 1 a 1 en el partido inaugural ante Suiza, perdió 2 a 4 en el desempate y los alpinos pasaron a cuartos. Mientras tanto, Italia venció a Noruega y Cuba, Francia, Hungría y los subcampeones checos hicieron lo propio con sus respectivos rivales. Suecia se clasificó directamente por haberle tocado Austria en su primer partido, anexada ahora a Alemania, en tanto que el octavo pasajero fue nada menos que Brasil, quien le ganó a Polonia por ¡6 a 5! en el mejor partido de la primera fase, donde el maestro Leónidas, goleador oficial del torneo, marcó uno de sus tres tantos descalzo**. Ya en cuartos, Italia venció 3-1 a los dueños de casa y no paró hasta llegar a la final. Un ajustado 2-1 sobre Brasil en semifinales y el 4-2 definitivo ante Hungría le dieron la copa con total justicia. El arquero Guido Masetti, el defensa Eraldo Monseglio y los delanteros Giusseppe Meazza y Giovanni Ferrari, mas el técnico Vittorio Pozzo, ganaron su segundo torneo consecutivo y quedaron así registrados como los primeros bicampeones. A los pocos meses de que los itálicos saludaran a su público dando la vuelta al Estadio Olympique de Colomes, de la ciudad de París, comenzaría "otro" Mundial nefasto: el de las armas.




FUENTES:


A las ya mencionadas fuentes (Ver: Uruguay, la final y la pelota) se agrega el libro siguiente:


- “El Fútbol Contado con Sencillez” – Alfredo Relaño – MAEVA EDISIONES, Madrid, 2001.


ACLARACIONES:


* En las olimpiadas de 1936, el equipo austríaco se enfrentó en semifinales a Perú y a pesar de ir ganando por 2-0, se dejó empatar y luego, en el tiempo suplementario, terminó perdiendo por 2-4. Este partido electrizante fue observado por gran cantidad de hinchas sudamericanos que invadieron el campo y cargaron a los jugadores peruanos en andas, propiciando un clima de desorden que fue aprovechado por las autoridades nazis para decretar que el partido se jugase desde el minuto 0 al día siguiente, cosa que no fue aceptada por la delegación peruana, ya que se retiró de las olimpiadas dejando el camino expedito para que Austria llegara a la final.


** En el partido más goleado de la historia de los mundiales (Brasil 6 – Polonia 5) Leónidas da Silva, jugador de Brasil, marcó un gol descalzo luego de que se le estropeara su zapato derecho. Mientras el auxiliar le cosía el calzado, se quitó el zapato izquierdo y jugó así unos minutos, donde marcó de derecha tras un centro de su compañero Hércules. Como estaba lloviendo nadie notó el error, ya que los 22 jugadores y el árbitro tenían los pies embarrados. El colegiado sueco, Iván Eklind, recién se dio cuenta al rato y lo mandó a calzarse, pero claro… el gol ya estaba convalidado.




El Futbolólogo

1930

URUGUAY, LA FINAL Y LA PELOTA



Cuando Italia y Paraguay se enfrenten en el partido inaugural de Sudáfrica 2010, se habrán cumplido 80 años de la primera Copa del Mundo, el sueño que un abogado francés llamado Jules Rimet hizo posible con esfuerzo y convicción. Sus colegas ya habían fallado en los dos intentos anteriores, en 1905, cuando se designó a Suiza como sede sin obtener respuesta de ninguna de las 12 afiliaciones, y en 1914, cuando se volvió a plantear el tema pero el estallido de la Primera Guerra Mundial obligó a cerrar nuevamente las carpetas.


En mayo de 1929, Uruguay ganó la puja para organizar la competición que se iniciaría al año siguiente ante la incredulidad de los ingleses, quienes reclamaban derecho de autor. Rimet, presidente de la FIFA desde hacían ya ocho años, premió a los uruguayos justo para el centenario de su independencia (de ahí el nombre de su estadio) y luego de que su equipo ganara las dos medallas de oro en los JJ.OO. de 1924 y 1928, a saber, el galardón más importante de la era pre–mundial. Pero a la hora de la verdad el mundo entero se hallaba sumergido en una de las crisis más monumentales del siglo, desatada por el derrumbe de la bolsa de Wall Street en 1929, un fenómeno que no encajaba en el imaginario popular y que no se entendería hasta la aparición de un término puramente económico –hoy coloquial– llamado globalización. Sí, la falta de rentabilidad de los pulpos multinacionales de aquella época, que no son más que los abuelitos de los de ahora, provocó la recesión y el alud económico de los EE.UU., lo cual afectó al mercado financiero mundial. No obstante, el pulso de Rimet y sus colaboradores no aflojó ni un momento a la hora de escribir cientos de cartas a las distintas federaciones del mundo, intentando persuadirlas de aceptar la idea de viajar en barco hasta aquel lejano país de Sudamérica. El esfuerzo tuvo sus frutos y cuatro representantes europeos (la ex Yugoslavia, Rumania, Bélgica y la propia Francia), mas el resto de América (excepto Canadá, Centroamérica, Colombia y Ecuador), sumaron las 13 delegaciones necesarias para dar inicio a la competencia.


El sorteo de los grupos se hizo recién cuando los equipos arribaron a Montevideo como para no dar chances de posibles arrepentimientos. Allí también se resolvió el tema de la pelota. Como no había un balón oficial, muchas de las confederaciones llevaron el suyo y entonces se dispuso como reglamento que entre los capitanes y el árbitro decidieran con cual iban a jugar, inmediatamente después de realizar el sorteo del arco. El problema de la pelota radicaba fundamentalmente en la diferencia del tamaño, aunque la aspereza y el grosor de la costura también importaban, sobre todo esta última, que podía abrir tajos en la cabeza de los jugadores. Prueba de ello es la famosa foto del `URUGAY´ VIVA* en donde se ve a dos hombres de la selección boliviana provistos para el juego aéreo, el de la primer `U´ con una venda y el de la `Y´ con una boina rellana de papel de diario, antes de comenzar su primer partido contra Yugoslavia (lo del papel se supo tiempo después).



En el cotejo inaugural, el francés Lucient Laurent marcó el primer tanto de la Copa del Mundo a los 19 minutos de la primera parte, en el partido que acabó con victoria de su equipo sobre México por 3-1. Dos días más tarde, el combinado galo se enfrentó a la Argentina en un match durísimo que acabó 1-0 en favor de los rioplatenses. Francisco Varallo, insider derecho albiceleste y único sobreviviente que queda de aquella competición, recordó lo siguiente en un reportaje publicado en 1998 para “El Libro de Oro de los Mundiales” del diario Clarín: “Si algo recuerdo claramente, es que después del partido contra Francia tuvimos al público uruguayo en nuestra contra. Para colmo los franceses tenían a un arquero que era espectacular, Thepot. Parece que los estuviera viendo en este mismo momento. Tenía una especie de guantes y estaba todo embarrado de tanto tirarse al suelo para atajar todo lo que le tirábamos. Él atajaba todo y yo pegué dos tiros en el palo. Faltaban 9 minutos y el árbitro cobró un tiro libre en la puerta del área francesa. Monti me pidió que lo pateara yo, pero recuerdo que le dije que lo pateara él porque sentía que iba a ser gol. La colgó de un ángulo. Fue la salvación. Ese partido estaba para ganarlo por 4 goles y sufrimos hasta el final. Los uruguayos no paraban de insultarnos y de tirarnos cosas”.


Luís Monti era un centrojazz (volante central) sumamente duro que llegó a ser muy cuestionado por sus fuertes entradas a los delanteros rivales. Incluso llegó a haber un pequeño “problema diplomático” por su actitud en el campo. Antes de jugar la final, a la cual Argentina accedió por ganarle a sus otros compañeros del grupo –México (6-3) y Chile (3-1)–, y habiendo despachado en semifinales a Estados Unidos (ganador del grupo 4) en un solo set 6-1, el técnico Tramutola recibió el llamado de atención de la confederación y un pedido de sacar a Monti del equipo, del cual hizo caso omiso, aunque los que vieron la final aseguran que el centrojazz estaba tan atemorizado por la amenazas del público que prácticamente decidió anularse él solo. El oponente de la recordada contienda era nada menos que el gran candidato a quedarse con el trofeo, Uruguay. Los capitaneados por José Nasazzi, para muchos, uno de los mejores zagueros latinoamericanos de todos los tiempos, acudían a la definición mundialista como vencedores del grupo 3 –victorias ante Perú (1-0) y Rumania (4-0)– y habiendo ganado el segundo set semifinalista ante Yugoslavia, también por 6-1. La Celeste, contaba además con José Leandro Andrade, half derecho (así se los llamaba a los medios que se movían por ese lateral) que fue figura en los JJ.OO. de 1924, sobre el cual su compatriota Eduardo Galeano escribió lo siguiente: “Europa nunca había visto a un negro jugando a la pelota (…) En la línea media, este hombrón de cuerpo de goma barría la pelota sin tocar al contrario, y cuando se lanzaba al ataque, cimbreando el cuerpo desparramaba un mundo de gente”. En la delantera, audaces como “El Vasco” Cea, quien fuese segundo goleador del torneo, Héctor Scarone, máximo artillero histórico de la Celeste, y su tocayo Héctor Castro, apodado “El Divino Manco” por la falta de su mano derecha, ratificaban el valor de la entrada. Entretanto, Argentina también tenía lo suyo. Además de los mencionados Varallo y Monti, Peucelle era un dúctil wing derecho, mientras que Guillermo Stábile (goleador de la competición), Manuel Ferreira (capitán y entrenador en los JJ.OO. de Ámsterdam) y Mario Evaristo (wing izquierdo) aseguraban un buen número de goles.


`Pancho´ Varallo, a quién mejor ni preguntarle de lo que pasó aquella tarde, cumplió… ¡100 años! el pasado 5 de febrero y por ello el Diario Deportivo Olé le sacó otra vez el tema: "A pesar de lo que significa hoy jugar un Mundial, yo tengo malos recuerdos (…) Nos hicieron de todo los uruguayos en esa final (…) En el inicio del segundo tiempo, con el partido 2-1, agarré una pelota por la izquierda, pateé con alma y vida y dio en el travesaño y se fue. Era el 3-1". La razón de su amargura procede de la lesión que acusó en el segundo partido contra México y que lo mantuvo afuera de la semifinal ante EE.UU., donde fue sustituido por Alejandro Scopelli. Varallo, de 20 años, nunca llegó a recuperarse del todo para jugar la final y lo hizo solo por obligación de la dirigencia. El propio Scopelli pudo confirmarlo años después en una declaración suya que apareció escrita en el libro "Hola, míster": "Uno de los equipos tenía a uno de sus mejores jugadores lesionado y se hicieron los esfuerzos más grandes para lograr que jugara. Cuatro días permaneció en cama y el día del partido lo hicieron levantar para que probara, contra una pared si el pie le dolía. El jugador no se sentía bien, pero ninguna influencia tuvo esa sinceridad, pues se le indicó que debía actuar. Transcurridos diez minutos de un partido cuya importancia no necesitamos destacar aquí (¡Se trataba de la final del campeonato del mundo!) el hombre acusó el dolor y su actuación fue completamente nula. Pocos días después, por indiscreta conversación, se supo que el referido jugador había sido obligado a jugar por el delegado de su club, que formaba en la comisión que constituía el equipo, por la sencilla razón de que al club que pertenecía el jugador había fletado un barco para que sus socios pudieran verlo actuar y entonces.... tenía que jugar".



Para que se den una idea de la expectativa que generó solo la final, Javier Estepa, del Diario Marca de España, calculó la cifra (haciendo la conversión) de 25.000 euros de recaudación sobre un total de 170.000 percibido durante todo el torneo. La causa de semejante euforia no era otra que la inmejorable oportunidad de la albiceleste de resarcirse de la medalla de oro perdida en los JJ.OO de 1928, luego de que la definición del 10 de junio de ese año acabara igualada por 1 a 1 y de que los uruguayos ganaran el partido de desempate, jugado tres días después, por 2-1. Por lo tanto, el equipo no podía darse el lujo de jugar sin una de sus estrellas, como lo confirmara Scopelli en el párrafo anterior. La mala suerte hizo que a los diez minutos Varallo se torciera el pie y jugase el resto del partido casi como un mero espectador ya que en aquella época los cambios tampoco existían.


La primera polémica, como no podía ser de otra manera, estalló con el tema de la pelota. Argentina quería jugar con una de tamaño nº 4 y Uruguay con una nº 5, por lo que entre Nasazzi y Ferreira, capitanes de ambos equipos, acordaron un sorteo para jugar con las dos, pero con una en cada tiempo. Luego del pitazo inicial, Uruguay se adelantó en el marcador por medio de Pablo Dorado antes del primer cuarto de hora, a lo que Argentina contestó con el empate de Carlos Peucelle a los 20 minutos. Stábile puso la ventaja 2-1 antes del descanso y luego el público se llevó las manos a la cabeza cuando el disparo del dolorido Varallo dio en el travesaño. A los 12 del segundo tiempo, Cea niveló el marcador y todo fue bastante parejo hasta que el wing izquierdo charrúa, Victoriano Iriarte, anotó el 3-2 en el minuto 23. Argentina salió a la carga con todo lo que tenía y a cinco del final, Varallo, que todavía no se había muerto, tiró al arco unos de esos misiles que José Leandro Andrade, el moreno lateral derecho de Uruguay, alcanzó a despejar desde la misma línea de meta. El público se paró de su asiento y mientras los dirigidos de Tramutola protestaban al colegiado belga Johannes Langenus, los locales contraatacaron y Castro, ese “Manco Divino” que tenían los uruguayos, consolidó la victoria con el cuarto gol de La Celeste. “(…) Ellos nos ganaron por ser más guapos y más vivos**. No por ser mejores jugadores…” recuerda Varallo con disgusto: “Hubo problemas con todo, hasta con la pelota. Nosotros queríamos jugar con la nuestra y ellos con la suya. Parece algo ilógico para estos tiempos, pero esa fue la realidad. Al final, jugamos el primer tiempo con la nuestra y ganamos 2 a 1. En el segundo tiempo jugamos con la de ellos y ahí nos dieron vuelta el resultado. Perdimos 4 a 2. Cada vez que me acuerdo me amargo”. Pobre Pancho…




ALINEACIONES DE LA FINAL DEL MUNDIAL DE 1930:



Uruguay:


Ballestrero; Nasazzi, Mascherone; Andrade, Fernández, Gestido; Dorado, Scarone, Castro, Cea e Iriarte.



Argentina:


Botasso; Della Torre, Patenóster; J. Evaristo, Monti, Suárez; Peucelle, Varallo, Stábile, Ferreira y M. Evaristo



FUENTES (libros):


- “El Libro de oro de los Mundiales / 1930-1998” - redactores varios - ARTE GRÁFICO EDITORIAL ARGENTINO S.A. 1998, Buenos Aires.


- Eduardo Galeano: “El fútbol a Sol y a Sombra” – SIGLO XXI. Madrid, 2003.


- Keir Radnege con Mark Bushell: “El Gran Libro de los Mundiales” - Ediciones Folio S.A. 2006, Barcelona.




(en internet)


- “El récord es de Varallo” – nota publicada el 04/02/2010 por el Diario Deportivo Olé- Buenos Aires.


- Relato de Alejandro Scopelli (suplente de Varallo) extraído del sitio web

http://www.todoslosmundiales.com.ar/


- Javier Estepa: “De jugadores con boina a la intervención de la monarquía para que pudiera jugar Rumanía” – MARCA.com




ACLARACIONES:


*Según cuenta la historia el jugador que llevaba la tercera `U´ no pudo asistir por un problema de salud, pero sí lo hizo en su segundo encuentro frente a Brasil, donde el equipo se sacó fotos con la palabra `URUGUAY´ completa.


**La expresión “más guapos y más vivos” significa: más hombres y más listos en el dialecto lunfardo.





El Futbolólogo