Copa América 2015
TODO POR UN PASE

12 de la noche en Barcelona. Cerramos la pizzería con Migui, la faena ha concluido. Mi compañero saca dos Desperados del congelador: sheeeeeetclic! sheeeeeetclic! ruidos de vidrio-gas-chapa a la vez. Caminamos cuesta arriba el empedrado con la ilusión de ver lo que queda del primer tiempo del Brasil-Perú. Destino: el bar de Orlando. Llegamos y no está. Nos atiende una chica con pircing con la que hubo mal rollo hace poco. Dice que se fue al almacén. En la tele están dando una película ¡Todo mal! Migui llama a Orlando: “¿Qué haces, donde estas?” A los 15 minutos aparece una lata de Estrella Damm gigante con un carrito: “¡Orlando, el partidooooo!!!! ¿Quén juega? Brasil-Perú. Venga.”

El bar estaba cerrando. Por pudor nos quedamos afuera, mirando desde la ventana: “Falta fregar, tranquilos chicos.” La chica del pircing odia el fútbol y ya se ve esperando a dos clavos amigos del encargado. Aparece un cocinero peruano, ni sabía que jugaba su país. Desesperado le tiro todo lo que sé: “Oblitas está en la federación... Quiere cambiar la imagen del fútbol peruano... Por eso lo trajo a Gareca, por su pasado en Vélez, club donde se están haciendo las cosas bien... Quiere implementar el modelo en Perú, un plan a largo plazo... Perú va a llegar al Mundial, acordate.” El tipo no entendía lo que le decía, no sabía quien era Gareca: “¿Oblitas está en la federación? Pasa que en ese país hay mucha juerga. Bueno, me voy a ver el partido a casa.” Uno menos.

Se acaba el primer tiempo. Orlando no para de servirnos claras. Con Migui intercambiamos impresiones de lo que vimos (nada). En la tele por suerte repiten los goles.

Empieza el segundo tiempo. Está claro que en Brasil Neymar tiene que hacerlo todo y los comentaristas no paran de decirlo. Si él no toca el balón no hay equipo ¡Increíble, es Brasil! Empiezo a pensar que los entrenadores ya no tienen más nada que hacer en el fútbol, que son tan inútiles como los presidentes de los países.

Neymar se saca una jugada en una baldosa. Se para frente a su marcador, le congela la mente y tira roscado un balón que da en el travesaño. Una jugada de esas vale más que 90 minutos de partido ¡Que 100 días de entrenamiento! Claro que lo mismo me  pasa viendo a Messi u otros galácticos. Todos ellos hacen que el fútbol siga siendo un negocio. Di Stéfano, Pelé y Maradona le dieron mucho a Blatter. Neymar es sangre de su sangre. A los 27 será el rey.

El partido sigue. Hay cambios. Entra un tal Douglas Costa. La tecnología móbil nos permite ver por internet quién puta es. Perú hace combinaciones loables. Lobatón es una fiera. Paolo Guerrero un patriota. Recibe y lo talan, siempre desde atrás. Gareca decide meter jugadores para acompañarlo, pero el héroe solitario se diluye entre ayudantes: lo suyo es pura épica.

Perú es bicho cascarudo empujando una bolita de tierra amarilla. El partido entra en una fase de araña de rugby, esos momentos en lo que da la sensación que el débil va a ganar por empuje. No es como en el Argentina-Paraguay del segundo tiempo. Acá no hay espacios, más bien patadas al aire. Pero pasa el tiempo y el gol nunca llega (iban 1 a 1). La chica del pircing ya tiene la cartera al hombro y la cara deformada del aburrimiento. El árbitro adiciona 4 minutos. Orlando nos invita a pasar para ir bajando las persianas. Siento un poco de vergüenza.

Entonces viene un regalo del cielo. En el último minuto, Perú consigue una falta peligrosa. Un brasileño despeja y la pelota va a dar Neymar. El garoto la puntea como si tuviera un ratón en el pie, dirigiendo la flecha por la pantalla del área. No mira la pelota, no mira al marcador, mira a sus compañeros. El cuadrado se pinta de rojo y amarillo y entre medio de los píxeles pasa el balón por el único lugar donde no hay piernas. Douglas Costa, el desconocido, hace lo que tiene que hacer: el gol. Toda la energía oscura del bar se iluminó milagrosamente. Hasta la chica del pircing se alegró por nosotros. La televisión no paraba de repetir la jugada. Neymar lo hizo otra vez.



El Futbolólogo

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