




El Futbolólogo
"Del dolor y de la fiesta", por Hernán Casciari.
La noche del 27 de diciembre de 2001, una semana después del caos, ya habíamos tenido cuatro nuevos ex presidentes, y yo buscaba con desesperación, en Barcelona, un bar con TV satelital para ver a Racing salir campeón en un país que se estaba cayendo a pedazos. Recuerdo el bar, casi vacío. Dos españoles mirando esa final como quien ve llover, un camarero aburrido y con sueño, y un chico argentino, desgarbado, envuelto en una bandera celeste y blanca, sentado solo en una mesa, agarradito a una botella de cerveza Damm. Cristina y yo nos acodamos en la barra. Afuera era invierno cerrado: la temperatura no hacía juego con las tribunas que mostraba la tele, con la hinchada enloquecida y en cuero, revoleando las camisetas en el otro continente.
Había sido una semana muy rara. El día 20 me desayuné con una portada en la prensa: «Saqueos en Argentina», y el 21 con otra peor: «De la Rúa dimite en medio del caos». Desde entonces, en los informativos no se habló de otra cosa más que de la debacle de un pueblo. Los españoles me preguntaban por mi familia, si estaban bien, si les había ocurrido algo. Los taxistas, al escuchar mi acento, querían saber cómo era posible, un país tan rico, gente tan culta. Argentina se estaba yendo a la mierda como siempre: es decir, más que nunca. Pero esta vez yo no estaba ahí para sentirlo.
Nunca pensé que sería tan triste el fútbol. Desde que tengo uso de razón, uno de los milagros que más deseé en la vida es que Racing saliera campeón mientras viviera mi padre (confié siempre en su longevidad mucho más que en el equipo), que pudiéramos verlo juntos como lo vimos descender en el 83, como lo vimos resurgir un año después, contra Lanús en cancha de River. Ver juntos a Racing campeón, en el sillón de casa o en la cancha, y después ir a una plaza a gritar, a tocar bocina por las calles de Mercedes; eso quería yo.
A diez mil kilómetros, tan lejos y tan cerca del milagro, mis ojos miraban el monitor – aburridísimo partido – pero estaban en otra parte: mi vieja trayendo el mate, yendo y viniendo de la cocina al comedor, preguntando «cómo van»; mi papá en su sillón de siempre, mirando la hora, puteando al idiota que llama por teléfono (mi papá piensa que si alguien llama por teléfono en medio de un partido trascendente, es mujer o es gay). Y después mi sillón vacío. No podía dejar de pensar en mi hueco sin nadie, y me molestaba en el hígado saber que mi viejo tampoco estaba disfrutando porque le faltaba algo. No podía dejar de pensar que todo el mundo estaba en su sitio menos él y yo.
Cuando el juez señaló el centro del campo y pitó el final, Racing había salido campeón después de treinta y cuatro años. Yo tenía treinta, y un nudo en la garganta del tamaño de un pomelo. Automáticamente agucé el oído para empezar a oír los bocinazos de los coches en la Gran Vía. El silencio fue como un cachetazo. El chico argentino, desgarbado, que había moqueado en silencio durante todo el partido, ahora metía la cabeza entre los brazos y se hundía en el llanto. Pensé que seguramente también pensaba en su padre, en esas ironías.
Entonces miré al camarero y al dueño del bar, a ver si me hacían un guiño, pero lavaban las copas y miraban la hora esperando cerrar, como si en ese pitido arbitral no hubiese cambiado el mundo para siempre. Me acuerdo como si fuera ahora: mientras un comentarista hacía el resumen del partido por la tele, me puse de espaldas a Cristina para que no me pensara un maricón, para que no me viera llorar ni creyera que el fútbol, esa tontería, podía hacerme sufrir.
Lloré de cara a la pared, en un lugar del planeta donde Racing no era nada. Nunca – ni antes ni después – me había sentido tan lejos de todo lo mío, tan en orsai, desesperadamente solo. Lejos como nunca del dolor y de la fiesta.
Elías Figueroa sigue siendo hoy un mito en la historia del fútbol. Recordado y querido por sus compatriotas chilenos y latinoamericanos, este 25 de octubre cumple 63 años. Pero para mí es una persona que me trae un grato recuerdo de la infancia, de una revista, de una peluquería y de un amigo. Gracias a él comencé imaginarme el fútbol de otra manera.
Ese recuerdo me transporta al día fuimos con mi amigo Eric a lo de un peluquero que atendía cerca de su casa, un tal Cirigliano. Tendríamos unos doce años cada uno y nos unía la calle. Yo lo acompañé a cortarse el pelo y mientras el tal Cirigliano éste le pasaba la máquina, casi al final del corte, me puse a mirar una Revista El Gráfico del año 1973 que había en la mesita de la peluquería. No me acuerdo si hice algún comentario o algo, pero el tipo se percató de que si no me lo daba se la iba a afanar seguro y entonces me lo regaló.
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El "Mariscal" y Silvio fijos.Uno iría por Ruggeri o Ayala, el otro por Olarticoechea, pero lo seguro es que, tanto sea de titular como de suplente, Roberto Perfumo y Silvio Marzolini juegan en este equipo.
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El segundo lateral, el primer problema.
Con Marzolini como lateral izquierdo el dilema del otro lateral bien podría estar resuelto, ya que tanto a Zanetti como a Olarticoechea les ha tocado jugar con la pierna cambiada varias veces. Pero ¿qué hacemos con el half derecho del siglo Lucho Sosa? ¿Se puede dejar afuera a un 4 centrador de lujo como Jorge Olguín? ¿Y al batallador Juampi Sorín, no lo ponemos? Lo dejo en sus manos.
Rossi y Verón, Mascherano y "el Cholo".
Está claro que Redondo no tiene suplente. Sin embargo, la propuesta de jugar con defensa de cuatro y un doble 5 en el medio - al estilo "Coco" Basile - siempre nos ha dado buen resultado. En ese caso, la dupla Rossi - Verón sería ideal para arrancar el partido, con buen toque a ras del piso y jugando al pivote vertical (con la Brujita adelantándose y Pipo sin cruzar la línea media). La segunda, más combativa, se adaptaría mejor a esos partidos de dientes apretados y jugados al "filo del reglamento", con Mascherano como central izquierdo y Simeone de central derecho, pero los dos corriendo en la misma línea. Ustedes eligen: Buen juego o buena pierna.
Bochini y Riquelme para tener la pelota.Acá empezamos con el recambio de Brindissi y Kempes. Esta sería la opción ideal para aguantar los partidos. El "Bocha" y Román juntos, con Diego y un delantero boyando para mandarla a guardar.
Burruchaga - Messi, la segunda opción.
Sigue el mismo dibujo táctico: cuatro defensores, doble 5 en el medio, Maradona y un 9 de área. Messi y Burruchaga como asistidores de Diego y como descarga del 10.
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Jugar con wines también se puede.
Y qué wines!! Los dos juntos, explotando al máximo la velocidad de Caniggia y la gambeta de Houseman. Acá se puede jugar tanto 4-3-3 como 5-3-2 (contraataque a la italiana) con Brindissi, Redondo y Maradona en el medio.
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El suplente de Bati.De todos hay que elegir uno, no queda otra. Luque fue el que mejor se entendió con Kempes. Fue un 9 solidario al estilo Tevez, moviéndose por todo el frente de ataque para barrerle la marca a su compañero goleador. Crespo, por su parte, es el segundo máximo artillero histórico del conjunto nacional. Di Stéfano y Labruna jugaron juntos en River y en la selección y dejaron su huella como rompe-redes del fútbol argentino.
Hasta aquí llegamos con los nombres. Creemos que no nos falta nadie, pero igual nunca se sabe. Si no ya me dirán algo ustedes.
El Futbolólogo